viernes, 17 de diciembre de 2010

Pan Diario: Salmo 41:3

Jehová lo sustentará sobre el lecho del dolor;

Mullirás toda su cama en su enfermedad.

La pena es una herencia común de la humanidad. En todas las edades,  todos los países, todas las condiciones, el hombre siente dolor, sufre angustia. ¿Es, pues, la pena parte de la intención divina para el hombre?¿Se complace Dios en el sufrimiento de los hombres? En modo alguno. Él que nos creó sin penas, va también a enjugar nuestras lágrimas. Y con todo, el dolor es hoy una provisión divina que tiene un significado infinito y ejerce una influencia maravillosa. La pena y el dolor fueron resultados del pecado, un mensajero por parte de Dios que nos aviva, un sentimiento de pérdida, que abre al instante la puerta para que regresemos al corazón y hogar de su amor. La pena es un profundo sentimiento de pérdida, al darnos cuenta de una falta, la experiencia natural de una vida abandonada por Dios. (...) Cuando  el hombre cometió el acto de alta traición, escuchando una voz que ponía en duda  el amor y la autoridad divina, surgió, al instante, el primer sentimiento de pasión, enojo, hambre, pena y tomó la forma de un deseo de conocer lo que Dios no había revelado. Y cuando siguiendo este deseo, en vez de volver a su lealtad, se halló en un inmenso vacío, sin Dios, y con todo poseído por una naturaleza que le hacía demandas que ni él ni ningún otro, podía satisfacer.
La pena, pues es el resultado del pecado, pero es el mensajero benevolente, tierno y con sentido del Amor eterno, que no puede ver que sus hijos lo pierdan todo, sin causar en ellos este sentido de pérdida, y con ello seguir atrayéndoles al hogar.(...) Aquí podemos ver la misión del sufrimiento. Es una fuerza de efectos disciplinarios, que acerca el corazón mas y mas a Dios, al crear un sentido de vacío e inseguridad sobre todo lo que se tenía seguro y querido ¡De qué modo tan maravilloso se manifiesta esto en la vida del creyente! Supongamos dos personas -una cuya voluntad es rebelde y su corazón no regenerado, la otra un discípulo de Jesús-  y dejemos que pasen por las mismas experiencias de desolación, aflicción, fracaso y desengaño. En un caso, el espíritu se queda amargado y endurecido y el carácter se deteriora;a en la otra los resultados son amor, ternura, mansedumbre, y el mismo rostro adquiere una  nueva gloria y hermosura. El uno desafía el sufrimiento y mira al mensajero de Dios como un enemigo que intenta destruirlo o extirparlo, y con ello se vuelve hosco y lleno de odio; el otro es atraído al corazón de Dios, y encuentra en el mismo sufrimiento el fuego de Dios para la destrucción de la escoria, por lo que se eleva a una dulzura ay amor inefables que son una revelación del poder del amor de Dios.
¿Cuál es pues el secreto de este efecto del sufrimiento sobre la vida del discípulo? La compañía de Jesús. El que tocó el mismo centro de toda la agonía del mundo está siempre presente, y comprende el profundo significado de este dolor, la ausencia de Dios, sabiendo que toda forma de angustia fue expresada en aquel gran grito de la Cruz, y luego, revelándose a cualquier forma de necesidad presente. En la angustia mas intensa ¡oh corazón creyente! ¿qué es lo que te sana? ¿No fue Cristo que te dijo: "Yo soy lo que has perdido e infinitamente mas"? y cuando has dicho:" Si, Señor mío, lo eres" ¿no se iluminó todo el horizonte de una nueva luz y toda pena se fue desvaneciendo con su contacto? (...) Esta aflicción fue la puerta a la fuerza; aquella tumba el preludio al poder de resurrección; este desengaño a encontrarme con El; esta hora solitaria, aquella en la que encontré solo a Jesús. Y así llego a comprender que el sufrimiento significa mi ignorancia, mi limitación y por la fe aprendo a triunfar incluso en la hora de oscuridad, habiendo aprendido que la mano de Dios arregla la trama y el urdimbre, y la pauta perfecta de tela, cuyo despliegue espero y por el cual canto.
(Copiado de: " El discípulo cristiano", G. Campell Morgan, Ed. Clie 1984)



Bendiciones