lunes, 25 de octubre de 2010

Pan Diario: 1 Pedro 1: 3-4



Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos,
para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros.

La esperanza es siempre la que nos mantiene firme a través del tiempo. Una vez escuché una anécdota de un hombre que relataba que en su niñez estaba junto a su padre mirando  hacia el cielo, contemplando las estrellas, y que le preguntó curiosamente a su padre qué eran las estrellas, su padre le brindó una respuesta que, en su niñez fue un comienzo de esperanza: le dijo que eran "agujeritos por donde se escapaba la luz de la Ciudad Celestial, Jerusalén, y que allí detras de ese cielo nocturno que veían como un manto negro, estaba la ciudad de oro, hacia donde todos ibamos a ir." El ahora comenta, que muchos años después, sigue mirando las estrellas y creyendo que allí detras está nuestro hogar celestial.
Quizás es un relato hasta ingenuo,  pero nosotros los cristianos esperamos esa patria celestial; esa ciudad de oro, con mar de cristal, que no necesitará de lumbrera, porque Dios mismo será su luz; donde no habrá muerte ni sombras, donde dejaremos atrás el dolor y el Señor mismo enjugará nuestras lágrimas; nuestra herencia está en los cielos, como un asiento que tiene un cartel de "reservado" para tal persona. Y esa herencia no se compara con nada de lo que podemos imaginar aqui, porque no existen palabras humanas para poder describirla.
¡Qué gran herencia! ¡Qué gran esperanza! Si áún no eres dueño de esta herencia celestial, sólo debes creer en Jesucristo como salvador y aceptarlo como Señor de tu vida, eso te permitirá tener un lugar "reservado" en la Ciudad Celestial.
Bendiciones