jueves, 6 de mayo de 2010

Yo conozco que todo lo puedes,

y que no hay pensamiento que se esconda de ti;

¿Quién es el que oscurece el consejo sin entendimiento?

Por tanto, yo hablaba lo que no entendía

Cosas demasiado maravillosas para mí

que yo no comprendía,

Oye, te ruego, y hablar;

te preguntaré y tu me enseñarás

De oídas te había oído;

mas ahora mis ojos te ven,

Por tanto me aborrezco,

Y me arrepiento en polvo y ceniza.

Job 42:2-6

¡Cuán maravillosa es la experiencia del que encuentra a Dios! Quizás estas palabras no tengan mucho sentido para algunos, pero es realmente como está descrito en las páginas del divino libro.

En mi vivencia personal, yo me sentía como el justo Job, sin que nadie pueda inculparme de grandes pecados, me consideraba mejor que muchos, mas buena, a la que no había que perdonarle mucho...
Pero una tarde de octubre apareció ante mis ojos, la gran respuesta que cambió mi destino, desde su libro Jesucristo me decía que yo no le conocía y que me invitaba a conocerle. En ese momento, todo en lo que yo me había apoyado, se desvaneció como una nube de humo... y quedamos frente a frente, el Salvador y yo, y él me decía que si yo pretendía llegar al cielo, tenía que aceptar que era pecadora y que necesitaba de su salvación.
¡Bendita experiencia del perdón! y ¡cuán infable el gozo que se siente cuando uno es perdonado! Las palabras de Job cobran sentido y vida, emergiendo como un eco en la mente y corazón:
"De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven"