martes, 17 de agosto de 2010

Pan Diario: SALMO 16:8


A Jehová he puesto siempre delante de mi; porque está a mi diestra, no seré conmovido.


A Jesús no le fue fácil llegar a la cruz. Aún cuando fue una decisión tomada desde antes de la fundación del mundo, sus últimos momentos fueron de una angustia tal , diría yo, hasta inenarrable. Quizás la mirada que nosotros, desde lo humano, podamos hacer, nos limite al sufrimiento corporal, pero esa cruz significaba mucho mas. Varias cosas pesaban en su mente y no eran cosas livianas, su eterna comunión con su Padre, su perfecta unidad en pensamiento y acción, su misma esencia; frente a los hombres, seres miserables que, aún viéndose en problemas alzan su puño contra el cielo. Era la comunión con el Padre o nosotros. Si elegía la primera, habría vuelto al cielo, pero el propósito de Dios habría quedado truncado; si elegía la segunda, la angustia de que su Padre lo dejara solo, por primera vez en la eternidad, haría estallar literalmente su corazón. Era una decisión crucial, para él y para todos. Era él o nosotros. Dice la carta a los Hebreos que el fin de todo era llevar muchos hijos a la gloria (He. 2:10) Jesús prefirió la cruz, porque él vio que el fruto que llevaría para su Padre era inmenso; no se eligió, se dejó de lado él mismo, porque sabía que nosotros no tendríamos otra oportunidad.


"A Jehová he puesto siempre delante de mi", la voluntad del Padre siempre estuvo por delante de sus necesidades, de sus conveniencias. "Verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho" (Is. 53:11)¿Valoramos realmente todo lo que el Señor hizo por nosotros? Aunque nosotros no le conocíamos, nos amó hasta dar su vida; somos el fruto de la aflicción de su alma, seamos agradecidos cada día y andemos por este mundo a la altura de esta verdad.


Bendiciones