domingo, 10 de octubre de 2010

Pan Diario: Judas 20


Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo.


¡Cuánto nos cuesta orar! Encontré en un libro una descripción que me parece se ajusta bastante a nuestra pobre mirada sobre la oracion:

"La oración es la cenicienta de la iglesia. Esta criada del Señor es despreciada y desechada porque no se adorna con las joyas del intelectualismo, ni las brillantes sedas de la filosofía, no con la impresionante tiara de la psicología. Lleva los delantales de la honesta sinceridad y humildad. No teme arrodillarse."("Por qué no llega el avivamiento" Leonard Ravenhill, cap 1).

Sabemos que la oración es un arma poderosa para la destrucción de fortalezas, pero no sabemos cómo usarla; sabemos que ella es la línea directa con el cielo, pero nuestra línea siempre da "ocupado". Quizás no nos gusta usarla porque con ella no podemos hacer exhibicionsimo de nuestras cualidades, o porque nos lleva ante Dios en el altar de la humildad.

Los grandes hombres de Dios de los siglos pasados encontraban en la oración la unción que necesitaban para predicar la palabra de Dios poderosamente. Hombres como John Wesley o George Whitefiel, hicieron de la oración su fuente de poder y veían sus iglesias llenas de almas con sed de Dios. Hoy en día, las iglesias están con sus bancas y altares vacíos porque sus predicadores desprecian la oración.

Es triste pensar que en el altar el fuego se esté apagando o ya haya desaparecido por completo. Dejemos ya esa predicación estéril que solo produce raquitismo espiritual y busquemos en oración la unción que necesitamos para que el fuego del Espíritu arda en nuestros corazones.


Bendiciones