Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que pedí
¡Tantas veces se ha exaltado al amor de una madre! Poesías y cantos, palabras llenas de melosa adoración, pero nada es comparable al de Ana de Ramataím, mujer de Elcana y madre del profeta Samuel. Su historia conlleva feminidad y firmeza, amabilidad y tesón. Es la personificación de ese amor abnegado, que tanto este mundo turbulento necesita sentir y aún hoy la luz de ese amor maternal puede iluminarnos.
Al principio, como casi todo,es un amor nacido de una necesidad desbordada de desaliento. Aunque amada de su esposo mas que a su compañera, Ana sufría las humillaciones diarias de una verdad innegable: "Penina tenía hijos, mientras que Ana no los tenía". Ni aún el consuelo de su esposo y su amor diligente podían mitigar tal desasosiego, lleno de preguntas sin respuestas, que dejaba un vacío inmenso en su alma.
Pero Ana era una mujer de fe, y si de buscar respuestas se trataba, encaminó sus pasos hacia el único que podía darle una solución. ¡Cuán acertada fue aquella decisión de ir a consultar a Dios! No buscó respuestas en amigas y conocidas, tal vez llenas de experiencia, no, ella fue directamente al Creador de todas las cosas y delante de él, afrentada por su desgracia, derramó incontables lágrimas, que resumían el dolor de tantos años de frustración contenida.
Tanto era el deseo de ser madre, que aquella oración fervorosa fue confundida por el sacerdote con ebriedad. Sin embargo, semejantes palabras no lastimaron mas su alma, no allí, en la presencia de Dios. Aun a tal comparación se enfrentó sin perder la calma: " no tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora". Ella oraba por un hijo y el sacerdote no lo sabía. Como tampoco supo, hasta después, aquellos votos que realizó frente al Dios de Israel: "...sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida..." ¿Què hizo, podríamos pensar? ¿Entregó al hijo que aún no había abrazado? Podíamos pensar que la aflicción la llevó a tal grado de desesperación, pero es el mas alto ejemplo de amor materno, que no toma en cuenta su propia necesidad y su egoísmo es dejado de lado. Es que sólo estar en la presencia de Dios puede hacer tales cosas.
Ese amor materno que nació de la necesidad, se nutre en el nacimiento. ¿Qué podían decir ahora? Su rival debía tragarse todas las burlas con las que la acosaba a diario y ese padre orgulloso no podía articular palabra alguna. ¡Dios había oído su oración y no la había dejado con las manos vacías! Pero ella debía cumplir sus votos y entregarle a Dios lo que de él había recibido ¡ Qué difícil decisión! ¿Cumplirá o no sus palabras? Es fácil hacer promesas cuando uno está en el fondo del pozo, quizás tanto como olvidarse de las mismas cuando ya no estamos en peligro. ¿Venceran sus deseos personales o cumplirá con consagrar su hijo para Dios?
Le tomó tiempo tomar esta decisión y quiso disfrutar su hijo un poco. Pero cuando llegó el tiempo pactado ¡Cuán difícil debe haber sido ese viaje, cuando era tiempo de cumplir! Tal desprendimiento y tan clara devoción son dignos de admirar. Pero aún mas digna de admirar esta mujer, cuyo nombre significa "gracia", cuando eleva a Dios ese cántico de triunfo y victoria, donde en vez de haber tristeza hay gozo, y donde en vez de exaltar su "acción" ,ella exalta las obras de Dios:
"No hay santo como Jehová; porque no hay ninguno fuera de ti, y no hay refugio como el Dios nuestro. No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; porque el Dios de todo saber es Jehová, y a El toca pesar las acciones"
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