lunes, 6 de septiembre de 2010

Pan Diario: Lucas 23:33


Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.


"En un monte lejano diviso una cruz, emblema de afrenta y dolor", así comienza la letra de un himno muy conocido, que ha llenado de bendición nuestras vidas. La cruz, símbolo de verguenza para el que la trasportaba, estandarte de derrota para el que era condenado a ella, era el castigo máximo del Imperio, destinada para la peor clase de personas. La cruz de Jesús.

¡Cuán distintas pueden ser las miradas sobre esa cruz! Para aquellos que habían perseguido a Jesús en su ministerio terrenal, la cruz fue la vía de escape, con su muerte ahora podrían descansar. Quizás pensaban que era el castigo que se merecía, por haberse llamado a sí mismo Hijo de Dios. Pero para nosotros, la cruz del Calvario, donde Jesús dejó su vida, es el amor de Dios consumado. Allí donde la sangre de Jesús caía gota a gota, nuestros pecados son lavados; allí donde sufrió la mayor afrenta, nosotros obtenemos salvación.

La cruz despreciada es nuestro gozo y corona; la cruz marcó la vida de Jesús como una sombra que lo siguió toda la vida. Era su propósito y su fin, llegar a la cruz. Quizás muchas veces tuvo la oportunidad de apartarla de sí, pero El la elegía cada día, porque sabía que solo a través de su muerte podría darnos vida.

La cruz de Jesús se alza triunfante a través de los siglos, de las edades. Es el cumplimiento de aquella profecía de Génesis 3:15, es la redención de la humanidad. La cruz no averguenza, la cruz nos acerca al Padre, la cruz es el puente que Dios colocó para que podamos volver a El. Avancemos a través de ella, llevando sus marcas, porque sólo la cruz nos abrirá la puerta.

Bendiciones