Mas esto les mandé, diciendo: Escuchad mi voz y seré a vosotros por Dios, y vosotros me seréis por pueblo; y andad en todo camino que os mande, para que os vaya bien.
Y no oyeron ni inclinaron su oído; antes caminaron en sus propios consejos, en la dureza de su corazón malvado y fueron hacia atrás y no hacia adelante.
Nosotros como padres queremos lo mejor para nuestros hijos. Por eso nos esforzamos en marcar una senda, un camino, para que puedan andar sin equivocarse o llevar algún daño. ¡Y cuántas veces nos enojamos cuando no han obedecido a lo que les hemos mandado! A veces pensamos y muchas otras decimos: ¿es muy difícil lo que te pedí? ¡Sólo tenías que obedecer lo que te dije y nada de esto hubiese pasado! Parece una postal muy conocida.
Dios tiene el mismo problema con nosotros y es nuestra desobediencia. Así como nuestros hijos desobedecen, deliberadamente o no, nuestras órdenes, así hacemos con Dios. El hombre, por su naturaleza caída, viene con esa "inclinación"a la desobediencia y le cuesta aceptar como norma o regla de vida lo que Dios pide; si esto no fuera así, no habría tantas formas de culto extendidas por el mundo: cuántos hay que flagelan su cuerpo, o que sacrifican sus hijos, o hacen grandes caminatas o que inventan diversas formas de sacrificio, creyendo que así agradarían a Dios. Eso es la religión: el hombre pensando cómo llegar a Dios.
Pero Dios ya pensó como llegar al hombre, y la manera en que el hombre puede llegar a El. No es a través de pensamientos humanos, sino a través de la obediencia. Dios dejó en su palabra un manual con instrucciones precisas y nos da una preciosa promesa: os irá bien.
Ya todo esta listo, ya todo está realizado. El sacrificio mas grande lo hizo Dios por nosotros al entregar a su Hijo a morir para saldar nuestras cuentas pendientes. No necesitamos mas sacrificios para llegar al cielo, que el que ya fue hecho. Dios no quiere nuestro sacrificio, solo pide nuestra obediencia.