Mas antes, oh hombre ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: Por qué me haces así?
¡Cuántas veces nos hemos visto en esta situación, altercando con Dios! Cuántas veces, dirigiendo nuestra mirada al cielo, decimos : ¿Por qué? Buscamos señal alguna que conteste nuestra pregunta y no la hallamos, creemos que tenemos un derecho adquirido de preguntar o de interrogar a Dios. Muchas veces he pensado en Job, en ese hombre que quería sentarse frente a frente con Dios y defender su causa, y pienso si no somos un poco como él, el vernos tan buenos y perfectos nos hace creer que somos mejores o que tenemos la posibilidad de preguntarle al Creador o de reconvenirlo en su obrar.
Lo cierto es que El es Dios y nosotros hombres, El es el Creador y nosotros los creados; El es el alfarero y nosotros el barro. Pero algo tiene que quedarnos bien en claro: cuando nos ponemos en las manos de Dios, no preguntemos por qué, sólo dejemos que el Alfarero Divino haga de nosotros un vaso de honra, sin grietas ni asperezas; pensemos que El quiere perfeccionarnos para poder disponer de nosotros, y que todo aquello que logremos, no sea para nuestra propia vanagloria, sino que demos toda la gloria a Dios por lo que hizo en nosotros.
Bendiciones
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